Pudo ser José Szlam el Holandés Errante pero el destino quiso que nadie, ni el diablo ni él se conocieran ni lanzaran dado alguno en ese día. Y que sus conocimientos del mar se redujeran a contemplar los crepúsculos y los amaneceres, y a comer lenguado a la plancha, cosa que sumada a su genética marcadamente judaica lo obligó no más, sin vuelta ni derecho a apelación, al nieto del rabino, a seguir pues entre nosotros, con sus provocaciones de creador genial y su escurridizo talante de artista multipropósito, multinacional, multisexual y caleidoscópico por donde se lo mire. Así va, eterno buscador de un golpe de oro espiritual y que ya tentó hallar en Bizancio, con la Paloma Exaltada, en Suramérica y en todos los sitios que ha pisado en su errabunda condición de artista único, irrepetible e irreemplazable. Es él, y nadie ha sido sobre la Tierra, escúchenlo bien, tan fiel a sí mismo y su destino como José Szlam, esté donde esté y pase lo que pase. ...